Cuando un hombre se
arrodilla,
se postra a los pies de la
mujer que ama.
Sobran las palabras.
Resurgen de nuevo las
lágrimas.
Se aceleran los latidos,
tañidos de ese corazón
que galopa por los confines
del alma.
Se jacta de poder sufrir
compartiendo otro
corazón que palpita sonidos
afortunados
que traen del mañana,
en los márgenes de una
cabaña.
Sus maderas repiquetean sus
andares
junto a su sonrisa afable y
grata.
¡Gracias mujer por formar
parte
de la sangre que oxigena el
aire que respiramos
fluyendo por las avenidas de
su cuerpo!
Antonio Molina Medina