UN HOMBRE DEL COBRE 2ª EDICIÓN-REFORMADA

PRIMERA PARTE


TODA UNA VIDA EN LA TIERRA

BALTASAR, UN HOMBRE DE EL COBRE

  
Soy consciente de que los conocimientos que se necesitan de una vida pueden llegar a ser interminables. A una persona la podemos desmenuzar, ‘hacerla trozos’, y por medio de esas pequeñas partículas y un poco de habilidad, llegar a ser capaces de unirla, como si de un rompecabezas se tratase. Unir todas las partes o, por lo menos, lo más esencial, tanto material como espiritual de una persona. Y qué mejor forma de hacerlo que con la aportación de aquéllas gentes de su entorno; mujeres y hombres de su época que lo trataron y convivieron con él.

En el Cobre, un lugar con una larga y jugosa historia que hoy podemos hoy saborear. Una pequeña vega con sus huertas y sus molinos que un día no muy lejano fue un lugar floreciente para los nativos del lugar. Un día, paraíso de Al - Andalus.

Hubo un tiempo en que su tierra fue rica en cultivos de cereales y trilladas sus eras, con esos trillos tirados por las yuntas de hermosos caballos. Molinos que fueron de utilidad tanto para moler el corcho como la harina; rica miel y blanca cera, junto a sus aguas frescas y cristalinas; para deleite de sus habitantes.
En este lugar de ensueño El Cobre, nació el protagonista de esta biografía –yo diría que de “su historia”. El nacimiento de una vida que no pasó desapercibida para muchas personas de las que tuvieron algún contacto con él y con esa tierra fértil y magistral, que un día fue refugio de piratas, contrabandistas y hombres aventureros. Comerciantes, como lo fueron los Genoveses, descendientes de este hombre. ¡De alguien le tuvo que venir su espíritu aventurero!
Desde mi más temprana edad, yo siempre le hacía preguntas y más preguntas. Muchas veces, en mis tertulias con Baltasar le pedía que me diera información de todo lo relacionado con esos lugares. Él se sonreía y me la daba con cuentagotas, pero siempre me dijo que había una persona que conocía muy bien toda la zona. Se refería a Diego, aunque no sólo fue él sino también Paco y otros los que me encaminaron a él y, gracias a su colaboración, he podido conocer y profundizar en la vida tan intensa de Baltasar.
 Siempre he tenido la necesidad de conocer los orígenes de este pueblo y la barriada de El Cobre, por ser el lugar donde nació mi madre. Preguntas y más preguntas que no me canso de hacer a personas que me han dado referencias sobre la vida de este hombre y de su entorno. Por fin me he cruzado con algunas que me han aportado relatos muy sabrosos y hermosos de esa vega y de sus gentes.
Diego Rodríguez Morales me saca de dudas sobre el nombre de El Cobre y su significado. En una amena charla, tan gratificante para mí, Diego me decía:
Tú dirás que se llama El Cobre porque antiguamente hubo minas por estos lugares. Pues ¡no! Te voy a decir que ¡jamás! hubo minas en El Cobre. Se le llamaba “El Cobre” porque, además de salinero, en esa barriada era donde se batía el cobre en tiempos ya muy lejanos. Dicha operación se hacía por medio de un mecanismo al que llamaban ‘El martinete’. Entonces, por esa época, los barcos de pesca eran unas barcazas muy grandes y se solían forrar de chapa de cobre, para que así durase más el casco y se evitaba la corrosión que provoca el salitre de la mar. ¡Por cierto!, ¡mi abuelo tuvo mucho que ver con la finca donde se batía el cobre!
Me acuerdo que trajeron por aquella época unos caldereros para el trabajo. Y mi abuelo trajo uno. No me acuerdo de su nombre, sólo sé que le apodaban el ‘nublao’ porque tenía una nube en un ojo. A este hombre se lo trajo de Ronda y, fue al molino de El cobre, que se usaba por entonces para batir el cobre con el que s forraban los barcos. En Algeciras se comercializaba mucho para su consumo la caracola, que era un caracol muy grande. Estos animales se solían coger en la bahía pero tenían un problema que su sangre no tenía hierro sino, precisamente, cobre; ¡vamos, que el hierro estaba suplido por el cobre!
¿Y qué es lo que pasaba? Pues que cuando las barcazas estaban varadas en la bahía, las caracolas se les pegaban al costado y al estar protegidos con láminas de cobre, estos animales potenciaban mucha cantidad de ‘cardenillo de cobre’. Por ello, las personas que comían dichos moluscos se intoxicaban, porque la caracola llevaba encima demasiado cobre.
 —Diego Rodríguez sigue dibujando el paisaje del río de la Miel (o, como lo llamaban los Árabes, ‘Wadi Al–Asal’ por la dulzura de sus aguas) y su comarca—. También te voy a decir que después de la guerra se arregló ‘la casilla’, que era la Ermita de El Cobre, ubicada en la entrada de la finca que tenía la Hidroeléctrica, ‘La fabrica de la Luz’ le decíamos nosotros, al lado del río de la Miel.
Yo conocí esta ermita cuando estaba entera, era muy bonita, con su campana funcionando. Me acuerdo que cuando se cerró la ermita por ruinas, esta campana se la regaló ‘la Sevillana’ al cura de los pastores, para que la pusiera en la nueva Iglesia de Los Pastores, —me apunta Diego con una carga de melancolía—. Pero no está puesta en dicha iglesia. ¿Y sabes por qué? Porque la robaron para partirla a pedazos y fundirla y así la pudieron vender como chatarra.
Había otra campana que estaba donde está ubicado el cine Florida, un poco más hacia delante, cerca del comedor del padre Ursiera, justo al lado de un local que es de unas Hermandades de Semana Santa. También tenían allí una campana puesta. Yo le dije a mi compañero Juan Martínez:
— Juan, ¡digo yo que esa campana se la llevarán!
¡Qué va! ¡Que va!— me contestó.
Y al poco tiempo se la llevaron, la arrancaron. Sólo queda el hueco de la pared, el lugar donde estuvo la campana.
 —Diego continúa con su amena charla —. En la Ermita de El Cobre se dijo misa y en ella las niñas y niños hacían la primera comunión, los de la escuela de El Cobre. Me acuerdo que en una ceremonia que estuve yo, ‘la Sevillana’ trajo para los niños que hacían la comunión una canasta de plátanos, libras de chocolate, pan y bollos; los niños comían todo lo que querían, no había límites.
En esta Ermita se llegó a bautizar a 100 niños y niñas y se casaron muchas parejas de novios. Las partidas de casamiento están en la Iglesia de El Carmen. Esto sería —me dice— en los años 37, 38 y 39, tanto de bautizos como de bodas. Fue en la época anterior de que El Carmen fuera parroquia. Los casamientos, bautizos y demás están en la Iglesia de La Palma; no obstante, faltarán algunos, porque se quemaron parte de los libros de registros en la guerra civil.
 —Diego me cuenta que él ha sacado sus partidas familiares, (bautismos, matrimonios y defunciones por su línea paterna) de los libros que no se quemaron. Y también me dice que, después de esa época, hubo parroquias donde los curas empezaron a vender los libros por kilos para poder comer.
 —Como un secretario del Ayuntamiento de San Roque —afirma—, que vendió todo el archivo, y era el Archivo de Gibraltar. ¡Lo vendió todo y, se quedó tan ancho el hombre!
Todavía hay gente que pide la partida de nacimiento y de bautismo. Gentes de muy diferentes sitios, ¡incluso desde Australia! Algunas aparecen, otras, les tienen que decir que se quemaron con los libros. Los de Málaga se quemaron casi todos. Yo tuve suerte de que los míos no se quemaran. Los tengo desde 1.598, desde esta fecha los he encontrado todos —me indica—. En realidad, las partidas en las Iglesias, con los asientos de bautismo, matrimonios y defunciones, se hacen a partir del Concilio De Trento, que aconsejaba que se hicieran las inscripciones en las Iglesias. Aunque ya había parroquias que lo hacían mucho antes de esa recomendación.
Los curas modernos no respetaban los libros de la parroquias en sus archivos y se recomendó que se mandasen al Obispado, así se han podido rescatar muchos libros.
En las parroquias —me sigue apuntando—, los asientos o inscripciones se han reflejado a partir del año 1.900, que son las más usuales. Ya los antiguos, de 1.700, se las llevaron en los archivos a cada Obispado. Yo me fui a Málaga, hablé con el Canciller y me abría el archivo y me dejaba encerrado allí desde las diez de la mañana hasta la una, cuando volvía a abrirme la puerta. Yo me sacaba copias de los libros con la copiadora y de esta forma saqué mis antepasados, desde 1.598 hasta nuestros días.
 
—Y seguimos nuestro recorrido por el río de la Miel y sus Molinos. Un ramillete de ellos que surcaban dicho río desde los tiempos de los árabes y que tantas historias y leyendas nos proporcionaron.
—El Molino de Los Tomates, que estaba un poco antes del puente de Pajarete, era de la familia de Paca, la que esta casada con Paco Medina Trola.
Ese molino, por la antigüedad que tiene, viene desde cerca del siglo XV. Era un mayorazgo que, junto con el molino, tenía también unas huertas, que eran de Los Casado y García de la Torre. Luego vino la desamortización, esos terrenos se declararon libres y ellos compraron dicho molino junto con las huertas de los Tomates, que eran dos. Después lo compró Juan Sánchez Salvatierras, el padre de Paca. Esto ya se realizó entre los colonos. Lo quiso comprar otro molinero y también quiso comprarlo el de Escalona. Entonces se vendió en 6.000 pesetas y luego lo compró Sánchez Salvatierras, que tuvo que pagar por él 12.000 pesetas.
Esa es la historia de ese molino. Viene de un mayorazgo del año 1500, por esa fecha se podría remontar… —Recordaba Diego— En las escrituras dice que linda con la Huerta de Alfarache y que dicha finca también tenía un molino y que su nombre era San Bernardo, que era de una capellanía y su antigüedad se calcula del 1600 en adelante. A medida que vamos subiendo, los molinos son más modernos, hasta llegar al ultimo, el del Aguila, que difiere en edad con el de Escalona en 50 años.
El puente que está por la parte de atrás del molino de Escalona es propiedad de ellos y se construyó en el año 1893.
—Le comento sobre el pleito de una herencia, por el año 1325, que relata con detalles la revista “La Almoraima”, y me dice: —Esto tiene que ser La Molinilla o el molino de El Cachorro que, como te dije, son diferentes; los que estaban en la entrada del hotel que está ubicado justo en la parte delantera de la estación de RENFE Después de la Huerta de la Cruz estaba el molino de El Cachorro. Los dos molinos eran del Mendo y el agua que recibían para moler les venía de una bifurcación que salía del río de La Miel.
 
Año 1325 – Lugar: un molino del río de la Miel.
“Asimismo es de destacar el valor económico del molino
ya que el alfaquír Al – Mawïi. Se refiere a Él como
una de las propiedades más importantes de la localidad
(De la revista ALMORAIMA)
 Desde Algeciras, surcando el río de la Miel hasta su nacimiento, estaba todo regado de un ramillete de molinos —recordaba Diego—. La Molinilla era el molino más antiguo, después estaba el molino El Cachorro; de ambos fueron propietarios los Méndez. Esta familia tuvo una tienda en la Plaza Alta.
Luego le sigue el molino de Los Tomates, que tenía también una capilla; lo que no he podido saber es de qué santo estaba bautizada. De este molino fueron propietarios Los Casaus, Pablo Casaus, que fue el ingeniero que hizo Los Arcos que pasan por El Cobre, en el año 1777. En la Fuente Nueva han hecho una réplica igual que estaba entonces y tiene una placa con el nombre del alcalde que había entonces, los céntimos que costó y las arrobas de vino que se utilizaron para recaudar fondos para hacer la mina ésa y así poder sacar agua para abastecer el pueblo. El agua la traían por los Arcos que llegaban hasta la Plaza Alta. La fuente y el abrevadero estaban ubicadas debajo de la plaza. Ahí bebían las vacas, recuerdo que la cola llegaba hasta la calle Conventos... Mientras esperaban los vaqueros en la cola, dejaban comiendo a los animales —continuaba recordando.
 —Diego me aporta las cosas antiguas que más recuerdos le traen a su memoria, recuerdos de Algeciras.
¿Dónde está situado el banco Santander? Me parece que al lado, donde está el edificio que tiene una puerta pegada, que no es la suya. ¿Sabes por qué? Porque la casa más antigua de Algeciras estaba ahí, era la del Cortijo Los Galves.
 —Sólo tengo que dirigir mis pasos al lugar y me encuentro con la puerta, en el lugar que bien me indicó Diego. Edificio Puerta Cortijo “Los Galves”, situado en la calle José Antonio, 9, antigua calle Real.
Este cortijo tenía las cuadras en el ático y se subía por una rampa, para que los olores no llegasen a la casa. Dicha casa tenía una puerta estupenda, hecha de la cantera del  ‘Guijo’; cuando se tiró el edificio, yo procuré que no se rompiera —me dice Diego—. Y cuando la quitaron, se la llevaron a Cádiz. Y entonces nos juntamos para pedir permiso al Ayuntamiento para poder ponerla en el lugar donde se encuentra. Y así quedó pegada al edificio —me repite con orgullo—, ‘Puerta Cortijo Los Galves’.



Puerta cortijo Los Galves



—Seguimos subiendo por el río de la Miel y sus molinos. Sigo con su amena charla.
—Al molino de Los tomates le pusieron así porque se criaban unas pelotillas venenosas que se parecían mucho a los tomates pequeños o ‘tomatillos’, como le decíamos. También se criaban estos tomatillos en la finca de La Rejanoza.
Después de este molino viene el de San Bernardo, que también tenía su ermita. Antes de moler harina los dos molinos tuvieron otra utilidad, moler el corcho. En aquella época se sacaba mucho corcho por la zona nuestra y resultaba un buen negocio. En las escrituras de estos molinos figuraban hasta los árboles de todo tipo que tenía, como los chaparros, membrillos… Los chaparros del molino no se podían tocar, según estaba puesto en las escrituras del molino de San Bernardo. Lindaban sus tierras con las del Cortijo Real, donde ya han hecho un carril —afirma Diego— y en otra época sólo había una pequeña vereda, como un camino de cabras.


Del de San Bernardo pasamos al molino de La Abundancia, ubicado justo en el lugar donde está la casa de Curro Muelas. Era muy pequeñito, las piedras tenían unos 30 centímetros… y le llamaban de la abundancia ¡precisamente por eso!, por la poca cantidad de trigo que molía con sus piedras, de lo pequeñito que era. Se parecía más a una molinilla, cuyo cubo era de madera —atestigua Diego—.De este pasamos ya a la Casa de La Marquesa, que era donde estaba el molino de El Cobre, en el cual lo primero que se hizo fue el bateo del cobre. —El que me ha explicado anteriormente.
Después llegamos a la Fábrica Hidroeléctrica de San José. Dicho molino tiene tres pozos de piedra y también tenía una ermita, que es donde tu tía María Medina Villatoros y tu tío Antonio Torres Villatoros metían las cabras, la usaban de corral para que pernoctasen los animales. Triste destino el que le dieron, a esta pequeña ermita   donde un día ya lejano se casaba la gente, pasando por enterramientos y comuniones...
En este molino el agua entraba en los dos primeros cubos y después pasaba a un tercero, el cual, era mucho más grande, para posteriormente pasar a las maquinas que transformaba con su caída en energía eléctrica. De ahí le viene lo de ‘la fabrica de la luz’, como le decíamos nosotros, que era la Hidroeléctrica. Esta fábrica se inauguró en el año 1925 —afirma Diego—. El molino era de Don Diego Cátala y tiempo después se convirtió en ‘la fabrica de la luz’. El canal que se hizo para el agua iba pegado al río, el agua pasaba por unos tubos muy grandes y, de esta forma, penetraba en los cubos del molino para producir la energía.
Por tal motivo dejó sin agua al que estaba por la parte superior, el molino del Trueno. Por todo esto, la fábrica tuvo que comprar este molino a su propietario, que era Escalona. Esto se había instalado en el molino viejo. Aquí se retrató él con 40 de sus nietos. Se lo tuvo que vender... Al colocar las tuberías de entrada del agua de la fábrica, le dejaban muy poca agua al molino del Trueno y tuvieron que cerrar. Nació la fábrica y murió el molino.
Las tuberías de la fábrica Hidroeléctrica se tardaron en construir por lo menos tres años, hasta el año 1925 que se inauguró. Por el molino de El Trueno se pagaron 9.000 mil duros en el año 1921. Con el dinero que le reportó la venta, se fue a Algeciras y compró la casa número 17 de la calle San Juan, ¡qué todavía está en manos de los Escalonas!, concretamente, de Mari Escalona.
Ahí se fue a vivir Escalona con su esposa, Jacinta. Esta señora era de Villalejos, provincia de Málaga. Y, cosas curiosas de este molino o molinilla —como le llama él—, los terrenos que tenía los compró una fábrica de harina que fue de los Jesuitas y después se la vendieron a d. Antonio Bandrés, un hombre que vino de Pizarra, por la parte de Málaga. Este molino tiene la marca en el lugar que estuvo ubicado. Había en el lugar una piedra muy grande, que se quedó allí y que le llamaban ‘la piedra gigante’. El molino todavía tiene en su propiedad una extensión de monte. Y se pagó por todo esto 9.000 duros —afirma Diego.
Seguidamente llegamos al molino de Escalona. Su anterior propietario fue d. José Rodríguez Pajares, que fue el párroco de Los Barrios el que lo fundó para la capellanía de Doña María de Los Santos, vecino de la Villa de Los Barrios.
Este molino con el paso del tiempo, se queda en ruinas y lo compra una señora que no me acuerdo del nombre pero sé que se apellidaba Morales, y el marido era conocido por ‘Morillo’. Esto fue sobre los años 1.800 en adelante… —me dice Diego—. En la llave del molino está la fecha grabada y de esta forma se sabe el año. Fue de la segunda etapa del molino, le tuvieron que poner una puerta nueva por el abandono en que se encontraba.
Los Pajares fueron una familia rica que vino de Alcalá y que tenía una capellanía en Los Barrios. Después este molino se vendió a otra familia y, según cuentan, lo vendieron por una peseta diaria a una señora de Algeciras. Luego pasó a Don Joaquín. Y así hasta llegar a los Escalonas. Realmente, como se le denomina al molino es por el nombre de ‘Molino de Pajares’; luego, cada propietario le cambiaba el nombre por el suyo.
Y pasamos al último molino. El Del Águila, que se construyó 50 años después del primero. Era de un matrimonio que no tuvo nada más que una hija, esa hija se casó y después de enviudar lo vendió. El último propietario fue Díaz de Oñate. Este hombre vivía en la estación de San Roque y sólo sé que se casó con una inglesa. Es todo lo que puedo decir de este molino —finaliza Diego.
  

SUS ANTEPASADOS

 Abuelos paternos

 Los abuelos de Baltasar Acedo Trola se llamaban Pedro y Ana y, vivían en El Cobre. Concretamente, viniendo de la antigua ‘Calera’ por la calle Curro Muelas; allí había una casa que hacía esquina que era de Domingo Trola Fuentes, otra del ‘gallego’ y la tercera era de los abuelos de Baltasar. En aquellos tiempos las casas no eran tales casas, sino chozas con los techos de paja; el dormitorio era un pajar y, por colchón, la paja que almacenaban en dicho lugar. Según me cuentan los nativos del lugar, que yo también pude constatar cuando vivía de niño con los míos en esa tierra, luego ya se pasó a dormir en esos colchones llenos de ‘farfolla’, la hoja de las mazorcas de maíz que se metía en unos grandes sacos, que hacían de colchones para los más pobres  y desafortunados.
—Diego Rodríguez me explica: —La choza tenía un gran huerto que el señor Pedro regaba del agua que pasaba por el ‘cao’ con dos cubos. Este hombre tenía preparado un artilugio con un palo envuelto con trapos para no hacerse daño y un cubo a cada lado que sujetaba con sus manos; de esta forma tan rudimentaria regaba todo el huerto. Este huerto era muy grande —redunda Diego.
Esta familia tuvo cuatro hijos, que se llamaban María, Baltasar (el padre del protagonista de esta biografía), Gabriela y Juan, que era el más pequeño.
 Abuelos maternos
Sigo con la amena charla que me ha proporcionado Diego sobre lo que supone y ha supuesto para nosotros esta hermosa tierra, junto a sus gentes. Y seguimos ahondando sobre la vida de Baltasar Acedo Trola, con todo tipo de información sobre estos lugares y, a la vez, confrontando los orígenes de su familia por parte materna.
Diego me cuenta, corregido por Paco Medina que sus abuelos maternos fueron Manuel Trola Baraldo y María Fuentes de Lesma; afirmando que el hierro de su ganadería (MB) le venía por parte paterna, de su bisabuelo Manuel Baraldo.
 Me comenta que en Algeciras hubo una época muy buena, que fue la pesca del coral en la bahía. El coral tenía muy buen precio y además se vendía muy bien. De esta forma, llegaron los genoveses a la pesca del coral en la bahía, les fue sobradamente compensada. Y así se asentaron en la vega de El Cobre, donde compraron la finca de Chorrosquina.
¡Que, por cierto, no la fundaron ellos! —exclama Diego Rodríguez y relata:
—Esta finca o huerto, como se le llamaba, tenía más de trescientos años, igual que tienen Las Colzas y el huerto del Esteponero. También es de esta época el molino de San Bernardo, que está en la vega y del que, con el paso del tiempo, ya sólo quedan las ruinas —dice con una ligera decepción—. Este molino, junto con la huerta de La Reina, tenía también otro molino, el Alfarache; y todo formaba una sola finca. Esto era una Capellanía que fundó, d Alonso de Fillea, párroco de la Iglesia de Nuestra Señora la Coronada de Gibraltar. Esta finca la hicieron Capellanía porque por esa época este tipo de cosas daba dinero. Donde había una necesidad, allí había un negocio.
—Y me explica por qué era un negocio— La base de la hacienda y la vida del hombre en la población rural era el pan: la tostada por la mañana, el refrito del mediodía, sopas de puchero por la noche, el gazpacho caliente… ¡En fin!, todo se hacía basándose en el pan. De esta forma, el trigo era un gran negocio. Se tenía lo que decían un ‘prósito’, donde se creaba el banco de los pobres. Y los pudientes llenaban en el verano de trigo dicho ‘prósito’ de Algeciras para así ayudar a los más pobres. ¡Que lástima que lo tiraron! —me dice Diego en un tono melancólico—. Son tantas las cosas que han destruido de nuestra cultura...
—Diego se centra de nuevo en los genoveses— Llegaron y, como te dije, compraron la finca de Chosrrosquina. Ya traían un hijo pequeñito, no sé si fue Agustín o Vicente. Estando ya en dicha finca instalados, el padre tuvo que hacer un viaje a Génova (Italia) para recoger una herencia familiar. Salió de Algeciras en un barco y pasado algún tiempo, ¡con lo difícil que era el viajar en esa época!, consiguió regresar y llegar a casa con el dinero. En aquella época el dinero no estaba seguro en ningún sitio. Y este hombre, nada más llegar, cogió el dinero que traía y lo escondió,  enterrándolo en un cañaveral que estaba donde hizo Manolo Pérez Narvaez su chalet —me dice—. En dicho lugar metió una olla llena de monedas de oro y después enterró otra en otro sitio distinto. Pero este hombre se murió y no dijo nada a nadie, no sabía nadie dónde estaba el dinero enterrado. Pasó el tiempo y el huerto de Chorrosquina se dividió en siete partes, ¡por eso en las escrituras está como una comunidad de regentes!
La primera parte, la parcela que estaba pegando al Chorro, le correspondió a Salvadora; otra parte fue para Pepe; otra para Vicente y Agustina; otra para Manuel Fuentes, que estaba casado con una Trola, ¡con María, me parece! y, otra fue para Alfonso Domínguez Trola. La parte de abajo era de su madre, que se casó con un tal Domínguez, apodado ‘los Güebares’. Una hija se casó con el Esteponero, que también compró otro huerto, por encima de la fábrica de la luz —recuerda—. ¡La finca tenía muchísimos años! Lo sabíamos porque tenía muchos castaños, que tardan muchos años en desarrollarse, y estos  árboles, cuando compraron la finca, estaban ya muy grandes. Según cuentan, había más de 20 y daban bueno y abundante fruto.
 —Y, volviendo a la finca de Chorrosquina, Diego continua con su relato— Después de esto empezaron a vender todas las partes de la finca. Una la compró don Fermín Pineda, que era del Cuerpo de Aduanas; la preparó e hizo dos casas. En la parte donde he vivido yo —me dice Diego—, ¡todavía estaba la escalera!... Esta escalera estaba subiendo un montículo para poder llegar hasta la casa donde yo vivía, que daba al cañaveral. Y justo en el primer escalón que, por cierto, ¡aún está el hueco allí!, apareció una de las ollas llenas de oro. Fermín le dio una moneda de oro al albañil que lo descubrió y lo demás se lo quedó él.
—Diego me explica que d. Fermín hizo esa casa —Tú no sé si sabrás que por aquella época Algeciras fue un lugar de pro-tuberculosos… Era por el clima, se les ponían los pulmones encharcados a todas horas por la humedad del levante y había mucha tuberculosis en Algeciras en los años 1928 y 1929. Fue por esa fecha —me dice Diego—, cuando don Fermín hizo las casas; la de la parte de abajo la habitó él y las de arriba las dejó para alquilar. Todo esto lo hizo porque tenía su mujer y los hijos con tuberculosis. ¡Allí murieron su señora y sus siete hijos! Sólo le quedó uno y fue porque este niño no se contagió. Es el padre de una señorita que tiene un estanco aquí en la Villa Vieja y ella es nieta de don Fermín —me hace recordar—. También se salvó otro más, uno que estaba en América. Cando vino, me estuvo buscando y pudo contactar conmigo, y estuvimos charlando los dos.
“El cementerio del Cólera no pasó inadvertido para los algecireños, ya que incluso su historia se llegó a convertir en una leyenda que pasó a lo largo de los años de padres  a hijos y que hoy, nosotras queremos recoger aquí, remitiéndonos en todo momento a la información recopilada por D. Cristóbal Delgado. Dicha historia dice así:
       
Se la oía contar más de una vez a mi padre, que la había oído de sus mayores. Corría el año 1854, cuando la segunda epidemia del cólera.
La gente moría a montones: algunos aparecían muertos en las calles. No había tiempo para enterramientos formales; los cadáveres eran apilados en unas carretas y trasladados, con toda urgencia para evitar contagios, a un cementerio improvisado, que había construido en las proximidades del actual, por la zona del polvorín, (“el cementerio del cólera” le llamaban). Allí los depositaban y al día siguiente los sepultaban en la fosa común.
Uno de estos fallecidos de la terrible epidemia, fue un sastre que vivía en la Plaza del Mercado, o en el “callejón del Muro”, al que llamaban “El largo” por su enorme estatura.
Pues sucedió que este hombre no había muerto realmente, se había desvanecido debido a otras causas…, pero lo creyeron difunto y se lo llevaron en el carro. Y ya, mediada la noche, nuestro sastre despertó en medio del montón de cadáveres. Al darse cuenta de lo sucedido salió corriendo, como era de esperar; saltó la valla del camposanto, y, sin pensarlo dos veces, se presentó en su casa.
La puerta estaba cerrada, y dentro, la viuda y otros familiares rezaban por el muerto. Llamó y no le abrieron; gritó llamando a su mujer, “¡María! ¡María!” y los de dentro empezaron a chillar tomándome por un fantasma. Entonces tuvo la ocurrencia de asomarse por la ventana…
Cuando los reunidos vieron su cara en el cristal, el pasmo llegó al máximo, hasta el punto que, entre gritos de terror, huyeron todos por una puerta trasera que daba a la playa y hubo quien llegó corriendo hasta Pelayo.
A la mañana siguiente todo aclarado, naturalmente.
 Pero, ¡que noche!”
Revista Almoraima





CONTINUARA